Sin este bendito escudo, el bronceado se convertiría en una quemadura de tercer grado. Es una protección invisible, que nos resguarda de los rayos del sol, nos es otra que la capa de ozono. Por primera vez en la historia sabemos que podríamos desaparecer como especie si esta desaparece. El descubridor de este agujero, sin embargo, no es un personaje de película: es el científico mexicano Mario Molina.
Mario José Molina Henríquez nació en Veracruz, México, en 1942. Desde muy temprano, como estudiante de preparatoria, se sintió seducido por la investigación científica al contemplar por primera vez un protozoo a través de su microscopio de juguete.
Más tarde, fascinado por la química, en vez de jugar a soldados o a armar rompecabezas, el joven Molina transformó el baño de su casa en un improvisado laboratorio. Por esa razón, con sólo 11 años, el Molina fue enviado a una escuela en Suiza, aunque allí sus nuevos amigos tampoco estaban tan interesados en la ciencia como él.
Molina fue el descubridor del agujero de la capa de ozono y el peligro de los clorofluorocarbonos (CFC), empleados en aerosoles, tanto industriales como domésticos. Su hallazgo fue emocionante pero a la vez sombrío: se daba cuenta que había descubierto un problema global que amenazaba el futuro de la humanidad.
Así pues, depositario de una gran responsabilidad, se vio en la obligación de divulgar lo antes posible su descubrimiento. El 28 de junio de 1974, publicó sus descubrimientos sobre esta materia en la revista Nature y asesoró a empresas públicas y privadas.
En 1995 recibió el Premio Nobel de Química, junto al profesor Sherwood Rowland, por sus trabajos sobre la química de la atmósfera, especialmente sobre la formación y descomposición del ozono. Era la primera vez que se otorgaba este premio por un estudio sobre el medio ambiente, y también la primera vez que se otorgaba a un científico méxicano.
Ahora todos podemos imaginar el efecto que produce una lupa que amplifica la luz del sol sobre una pequeña hormiga para entender la amenaza a la que nos enfrentamos: las indefensas hormigas somos nosotros, y el agujero de la capa de ozono es la enorme lupa que pretende achicharrarnos.
Gracias a esta aplicación de la NASA, podemos conocer en tiempo real cómo cambian los índices de masa de hielo en el mar, el dióxido de carbono, nivel del mar, temperatura global y el tamaño del agujero de ozono.
Si la capa de ozono desapareciera de nuestro planeta, ¿realmente qué ocurriría con la humanidad? Por de pronto, aumentaría la frecuencia y la severidad de enfermedades como el sarampión, el herpes, la lepra, la malaria, la varicela y, por supuesto, el cáncer de piel. Los potentes rayos ultravioleta causarían daños en los ojos de mucha gente, como casos de cataratas que derivarían en ceguera.
Los alimentos escasearán debido a que se verá afectada la capacidad de absorber la luz solar de las plantas que los producen. Aumentarían las temperaturas y subiría en nivel del mar al derretirse los glaciares. Además, el cambio climático tendría como efecto secundario la creación de potentes huracanes, ciclones, tifones y olas de frío.