En el 2012, investigadores de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign (EE.UU.) anunciaron que habían creado unos chips de silicio biodegradables que podían implantarse en el interior del organismo para de esta forma poder controlar variables como la temperatura o lesiones internas.
Los promisorios dispositivos eran capaces de transmitir la información en tiempo real mediante ondas de radio. Sin embargo, había un problema: ¿cómo hacer que funcionaran autónomamente?
Este inconveniente se enfatizaría cuando los microprocesadores se insertaran en lugares escondidos de nuestros tejidos o huesos, porque entonces no habría garantías de que llegara la electricidad inalámbricamente desde el exterior, solución ya ideada para alguno de estos chips.
Lo ideal sería que estos revolucionarios chips médicos lleven sus propias pilas, pero los ingenieros de Illinois se las veían y deseaban para desarrollar los acumuladores de energía apropiados, esto es, que fueran ligeros, inocuos y ocuparan el menos espacio posible. Según han publicado en la revista Advanced Materials, el obstáculo está en vías de solucionarse gracias a un prototipo de batería biodegradable.
El equipo ha dado los detalles técnicos del dispositivo: llevan ánodos de lámina de magnesio y cátodos de hierro, tungsteno o molibdeno, metales que se disuelven lentamente en el cuerpo y cuyos iones son biocompatibles en bajas concentraciones. Todo ello encapsulado en un polímero también biodegradable llamado polianhídrido.
Como han comprobado en varios test clínicos, los restos de magnesio que deja la pila en el organismo están por debajo de los niveles de toxicidad. De momento, las nuevas biopilas son capaces de funcionar más de un día.
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